TODO EMPEZÓ…
…una mañana en Arica, Chile. Veníamos viajando desde Puno en Perú. Queríamos llegar a Antofagasta, a casa de mi amigo Alvaro, pero el tramo era muy largo, así que decidimos hacer una pausa en Arica.
Álvaro insistió en que pasáramos por casa de su abuela, la abuela María, ella estaría feliz de recibirnos. Sabíamos que íbamos a estar en Arica por la mañana, el plan era salir esa misma noche a Antofagasta y dormir en el bus. Hacía trece años, yo ya había pasado por esa casa, la generosa acogida que tuve en esa primera visita me motivó primorosos recuerdos. Todos nos sonreían, nos hicieron sentir como si hubiésemos nacido en aquel lugar. La decisión fue fácil, obviamente nos debíamos una parada. Yo no esperaba nada, lo de siempre tal vez, una sonrisa, un pan tostado, un cariño, pero a la larga fue mucho más que eso, la abuela María transformó el camino.
Nos tumbamos en la cama apenas llegamos del bus de Puno, eran las ocho de la mañana y estábamos exhaustos. A eso de las diez le exigí a mi equipo de viaje que debíamos levantarnos, me parecía una falta de respeto seguir durmiendo, aun así me lo exigiera el cuerpo. Me di una ducha y la abuela María nos invitó a tomar desayuno. Nos sentamos todos en la mesa y empezó la conversa. En un principio nos enredamos en cosas triviales que ya ni recuerdo, pero a medida que los minutos fueron avanzando, ella y yo nos fuimos acomodando.
Sin querer empezó un festín de recuerdos, ella ávida de comunicar, y yo sediento de escucharla. No sé cómo nos fuimos involucrando tanto, pero sus manos blandas de venas traslucidas se arrimaron entibiando las mías y sus pupilas se fueron haciendo agua. Las mías, incapaces de resistir el sentimiento enmarañado en esos ojos cristalinos, la acompañaron en un concierto de lágrimas que copiosas caían humedeciendo mis mejillas flojas. Me habló de su nieto, al que tengo el privilegio de llamar amigo. Me habló de su padre, de los recuerdos que de él atesora y de lo mucho que trabajó para resistir los años de carencia. Me habló también de su esposo, fallecido hacia algunos años, a quien también tuve el gusto de conocer y quien me llena de buenos augurios la memoria. Hablamos de lo que ella quería contar, yo tuve la suerte de estar ahí, escuchándola, deleitándome de su mirada humilde, admirando su rostro acariciado por el tiempo, su pelo cano, algo azuloso y su voz tranquila apaciguando mis sentidos.
De allí nació esto, estas ganas de querer ir recolectando memorias, esas obstinadas cláusulas del tiempo que el corazón niega olvidar. La abuela María quería ser escuchada y sé que somos muchos los que queremos oírle. oírle a ella y a otro sin número de mujeres, que, en la cúspide de su vida llevan la voz temeraria del tiempo, de los sucesos de nuestra historia. Esa historia que poco camino ha tenido en los libros o enciclopedias. La voz de una mujer que no llegó a escribir una poesía, esa que no hizo nada que nuestra patriarca sociedad considere importante reconocer. Esos son los capítulos que yo quiero volver a resucitar. La voz de una mujer que un día dijo una palabra, la que cocinó un plato de comida, la que planchó una camisa, la que acompañó, la que estuvo cuando un hijo llegó de vuelta a casa.
Los hombres ya han contado mucho, en especial los hombres blancos y bien acomodaos, esos de apellidos rimbombantes. Pero de ellas no sabemos casi nada. No hemos querido escuchar ni hemos podido descubrir ¿Qué pensaron? ¿qué vivieron? ¿cómo caminaban a la sombra de lo que iba desenvolviéndose? Tan calladas, tan olvidadas. Es momento de que ellas hablen y que el mundo las escuche…