Los Comienzos de una Revolución
Cecilia es una mujer de campo, nació entre los animales y la agricultura propia de la zona este del extremo este de la isla. Su madre se dedicaba a criar vacas, cerdos, gallinas, etc. Generalmente todo se usaba para el beneficio de la familia, pero también en ocasiones, ayudaban a sus vecinos, muchos de ellos aún más pobres que la familia de Cecilia. Con el triunfo de la revolución, la madre de Cecilia fue alfabetizada. Ahí comenzó una nueva etapa para nosotros pues ahora nuestra madre nos podía ayudar con los quehaceres de la escuela, nos enseñaba a comportarnos, a saber actuar. cuenta Cecilia.
Cuando nosotros éramos chiquitos aún no había triunfado la revolución y cerca de donde vivíamos esta Cinco Palmas, por donde entró el ejército rebelde. Dice Cecilia. El 2 de diciembre de 1956, después de navegar desde el puerto de Veracruz, México, el yate Granma llegó a tierra firme entre las marismas de Playa Colorada. De los 82 guerrilleros del movimiento 26 de Julio que zarparon, solo 20 sobrevivieron a la primera envestida, un bombardeo liderado por el ejército de Fulgencio Batista en Alegría de Pio. Entre los que lograron sobrellevar aquella primera batalla estaba Fidel Castro, Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara. Luego de la terrible estocada, los líderes se disgregaron en distintos caminos y no fue hasta el 18 de diciembre, en Cinco Palmas, donde Fidel se reunió con Raúl en un reencuentro que marcaría el futuro de la revolución. Según los rumores de aquella cita, Fidel, después de agitados abrazos, le preguntó a su hermano que cuántos fusiles tenía, a lo que Raúl contesta, cinco. La reacción del líder de la revolución cubana fue tajante “y dos que tengo yo, siete. Ahora si ganamos la guerra.”
Para nosotros era una emoción muy grande ver al ejército rebelde como pasaba por ahí. Cecilia asegura haber sido testigo de la marcha del ejército en sus inicios en aquella sierra cerca de su casa. Los vecinos, igual de emocionados con la presencia de los guerrilleros, disponían de lo poco que tenían para ayudar a los barbudos que prometían construir un país que fuera del pueblo y para el pueblo. Los campesinos eran pobrecitos, pero ayudaban al ejército rebelde. Hubo casas que se les dio. Por ejemplo, un campesino que tenía una casa cerrada se las dio y se hizo un campamento. Mi mamá y mi papá tenían una cría de puercos, ellos mataban a los puercos para dárselos a la guerrilla. A mí me subían encima de una mata de mango, muy alta que había, para que yo pudiera ver la carretera hacia lo largo por si venía el ejército del gobierno. Mi papá llevaba en cubetas grandes la carne del puerco cocinada y otra lata con yuca o plátano, lo que fuera.
Todos ayudaban, el pueblo se había unido y no se dejarían vencer. A pesar de que gente del gobierno andaba rondando el área buscando a los pocos rebeldes que seguían en la lucha, nunca los lograron reducir. Cecilia relata que su madre le enseñó a coser desde muy pequeña y en esas labores colaboraba desde muy temprano con la revolución. Su madre lavaba la ropa de los rebeldes y mientras lo hacía, Cecilia cosía los botones en sus camisas.
Los alzados de la Sierra Maestra buscaban recursos para subsistir y entre ellos, cuenta Cecilia, pasaban con una cámara fotográfica con la cual capturaban imágenes de los campesinos. A los pocos días volvían a pasar, esta vez con los rollos de las películas ya desarrollados, vendiendo las fotografías a precios módicos, lo que la gente pudiera. Con el capital recaudado compraban armamentos y otras cosas de primera necesidad. A ella la fotografiaron junto a sus hermanos mas de alguna vez. Aquellos tesoros, las fotos, las guarda su hermana en Pinar del Rio.
Los rebeldes, sin embargo, no eran los únicos que merodeaban la Sierra en aquellos días. El gobierno con sus aviones y sus hombres bien armados, también andaban por ahí. Cuando Cecilia tenia nueve años, su padre le ordenó a ella y a Emilio, su hermano mayor, a que fueran a buscar agua y viandas a la casa de otro campesino que mantenía la única bodega del sector. Cuando ya estaban por llegar al lugar, una avioneta sobrevoló el territorio disparando sobre la casa del campesino. El hombre era un compañero simpatizante del ejército rebelde y para intentar reducir sus recursos, le dieron plomo a su casa hasta desmembrarla. Cecilia y su hermano, ante el estruendo de las ráfagas de hierro, hallaron refugio, en medio de una cañada, en una piedra con un gran hueco donde lograron protegerse de la muerte, que aquella tarde les anduvo pisando los talones.
Nadie murió, todos salvaron con vida, inclusive los dueños de la bodega alcanzaron a arrancar. Todos, la familia entera, salió de la casa y se alojaron amontonados detrás de un algarrobo. Su tronco era tan grueso que alcanzaba a cubrir con su pecho a todos. Cuando la avioneta sobrevolaba un lado de la propiedad, ellos se escondían detrás del árbol al lado opuesto. Cuando daba la vuelta y volvía del otro lado de la casa, ellos corrían al lado contrario. Así se la pasaron hasta que después de unos veinte minutos, el avión se fue.