La Epopeya de una Mujer sin Fronteras

La sociedad era más machista aun en ese entonces. Yo no me casé, por miedo a que me pegaran, Dice Nora. En esa época se le pegaba mucho a la mujer. No se le dejaba florecer. La mujer estaba obligada a quedarse en la cocina o limpiando la casa. Nora, sin embargo, no había sido diseñada para tanta mierda. Yo aprendí a no dejarme dominar, uno ve tanta cosa que aprende.

Yo empecé a trabajar a los doce años. Desde muy pequeña Nora se las emprendió independiente. Empezó, así, de niña, cosiendo ropa. Con una maquina pequeña, propiedad de su madre. La máquina tenía una rueda, el cual se debía hacer rotar de manera constante con la mano derecha, mientras que con la izquierda se pasaba la prenda por debajo de la aguja, y esta se encargaba de hilar las puntadas en las telas. Esa maquinita se la regalaron a mi mama cuando ella tenía quince años. Vestidos de mujer, camisas de hombres, lo que fuera que hiciera falta. La gente le mandaba hacer o reparar ropa y ella se encargaba de llevar a cabo lo encomendado.

Nora terminó segundo de secundaria e invirtió un año en un convento, con monjas, aprendiendo costura. Lo básico lo cubrió la experiencia, los detalles fueron logrados gracias a lo aprendido en tal convento, me explica.

En 1972 emigró a Venezuela, siguiendo la invitación de una amiga. La cosa estaba floja en Colombia y según había escuchado, de boca de su amiga, en Venezuela había más oportunidades. Sin más, partió. Nora cuenta que una tarde que ella recuerda muy bien, caminaban, las dos mujeres, por las calles de Caracas, cuando vieron en una vitrina un letrero anunciando empleo disponible para una costurera. La conversación con el judío, dueño de la tienda, de quien Nora guarda lindas memorias, fue corta.

-          Que sabe hacer – le preguntó el judío

-          Pues yo se coser – aseguró Nora

-          Bueno, si eso es verdad, está contratada

No hubo más, de los nombres y sus apellidos y de los detalles y sus por menores, se ocuparon en algún otro momento. Nora se quedó en Caracas por un largo tiempo, dice que cuando cumplió diez años en ese país, un día recibió una carta con su nombre. Extrañada, abrió el envoltorio. Era su nueva nacionalidad, Venezuela le otorgaba la nacionalidad sin siquiera ella haberla tramitado. Me explica que eso era algo que se acostumbraba en esos años, si una persona se quedaba por al menos diez años en Venezuela y gozaba de buena conducta, el gobierno le otorgaba la naturalización de manera automática.

En esa ciudad, lejana de su Yumbo, Nora sufrió las experiencias más intensas de su vida. Al año 1986, Nora lo llama “mi año de suerte,” y cuando le pregunto porque, me cuenta que en enero, su hijo de 28 años desapareció en un viaje a Cuba del cual nunca volvió. Si vas a Cuba, vas al cementerio y le preguntas a Fidel que hizo con mi hijo, me dice. Nunca ella se enteró de que fue lo que pasó con su hijo. Mas de 30 años desaparecido, hoy Nora aún se mantiene en la incertidumbre de no saber en qué termino, sin siquiera saber si acaso murió o si sigue vivo. Bueno pues, seguiré esperando, si esta aún vivo, algún día aparecerá. A mediados del mismo año, su madre muere y el 15 de diciembre muere también su hija de 30 años, de leucemia. Nora se ocupó de su hija hasta el final y sus nietos terminaron al cuidado de una tía por parte de padre quien se dedicó a ellos de por vida. Tres años más tarde, en 1989, llegó a Estados Unidos. Dice que en un principio se la llevaba yendo y viniendo hasta que decidió quedarse. Por esos años le descubrieron diabetes y se le fue más fácil quedarse por que en el norte había mejores posibilidades para su cuidado.

Sola crie mis hijos, trabajé duro, los crie gracias a dios y estudiaron hasta donde llegaron. Yo al que pueda ayudo, mi familia, amigos, al que pueda le echo la mano, al menos un buen consejo le doy.

Hoy su descendencia sigue en Estados Unidos, tiene hijos, nietos y bisnietos que gozan de la seguridad de un camino, el camino que esta mujer, aferrada a su espíritu peleador y resuelto, logró forjar. Aun mantiene familia en Colombia, y comenta que sus nietos la llaman todos los días. Sin ir más lejos, mientras conversábamos, su teléfono sonó y era uno de ellos. A ella le gusta eso, dice que en sus tierras los jóvenes siguen siendo criados al modo antiguo, respetando a los mayores, queriéndolos.


Rodrigo Pena-LangComentario