Un Accidente Necesario
Estaba yo en un terminal de buses de La Habana averiguando cómo podía ir a Santiago de Cuba, ver el Palacio Moncada y acercarme un poco a la Sierra Maestra. Cuando en eso, en una pequeña librería dentro del terminal, escuché a una mujer de unos 70 años balbucear algo, que según yo iba dirigido a mi, pero que no logré entender. Le pregunté qué había dicho. Ella respondió que lo que ella buscaba no estaría sino hasta febrero, en la feria del libro. Me presenté y ella hizo lo propio. Hablamos unos minutos de cosas sin importancia y le hablé de Maestranza de Recuerdos. Lo dudó por unos instantes, pero accedió a darme una entrevista. Me dio cita en su casa cerca de la Plaza de la Revolución, para el siguiente día a las 9 de la mañana. A las 8:30 caminaba yo rumbo a su casa cuando la encontré andando, con una bolsa en la mano, en la calle del edificio donde vivía. La saludé alegre, pero ella no pareció tan a gusto. Me volví a presentar, le pregunté si me recordaba, le dije que era el muchacho de la librería, el de la entrevista. Me dijo que me recordaba, pero que se había arrepentido. No habría entrevista. No le discutí, acepté sin preguntas. Cuando me estaba despidiendo le pregunté donde estaba la casa del Che, sabía que estaba cerca. Me dijo, claro, sé donde es, caminemos.
La revolución es cosa buena, me dijo. El primero de enero celebramos el aniversario, van a ser 60 años este primero. Acá en Cuba somos muy patriotas, ¿Sabes? Es que acá logramos tener lo que tenemos peleando, revolucionándonos. Hay carencias, claro, es que no somos un país rico. No tenemos petróleo, ni oro, ni nada importante que explotar. El gobierno hace milagros con lo poco. Mira, aquí mismo, en esta primaria, trabajan dentistas que le arreglan la dentadura a los niños gratis. Me decía mientras señalaba un edificio viejo. Le sugerí que mucho de las carencias en Cuba eran producto del embargo. ¿El embargo? ¿Por qué le llaman así? Nunca lo entendí. Mira el diccionario y dime que lógica tiene llamarle embargo. Embargo es cuando te quitan algo. Esto es bloqueo, no embargo. Y claro, eso tiene mucho que ver también.
Tu que eres de Chile, dime, ¿Por qué los pueblos de esos países han elegido a esos hombres como presidentes? Mira Argentina, Chile, Brasil. ¿Cómo llegaron tan bajo? No sabía que decir, titubeé. Son pueblos que llevan mucho tiempo mal, dije finalmente. ¿Cómo? No estaba mal Argentina con Cristina, ni Chile con Bachelet. ¿Y ese Trump? Que hombre mas malvado. ¿Como puede dormir por las noches?
Seguíamos caminando, fue una vuelta larga. Me explicó que en realidad ella no creía que había ningún museo en la antigua casa del Che sino una casa de estudio. Solo eso. Pero fuimos igual, ella tenia muchas ganas de hablar. Me contó que había estado en Angola, fue una de los cerca de 450 mil cubanos que durante 16 años (1975 – 1991) lucharon por la liberación de aquel país. La operación Carlota, bautizada así en honor a una esclava negra que fue clave en la emancipación de los esclavos en Cuba, fue exitosa y ayudó a mantener la independencia del país africano. Cuba colaboró con médicos, maestros, ingenieros y soldado. Ella trabajó como maestra. Me dijo que allí había conocido a la hija del Che, Aleida Guevara, una doctora que también participara en aquella misión. Me explicó que Aleida y su padre eran de carácter muy humilde, muy buenos. Me habló de las fascinantes memorias que evocan en su cabeza la figura de Camilo Cienfuegos, “El Hombre de la Vanguardia” y del Che, héroe nacional.
Cuando finalmente llegamos al centro de estudios Ernesto Che Guevara, ella se despidió con un gesto afable, tierno. Me deseó buena salud para mi y especialmente para mi hijo. Frente al centro de estudios está la casa donde Ernesto Guevara vivió mientras estuvo en Cuba. Dentro del centro de estudios estaba el Chevrolet Impala que el condujera y estaban preparando una sala en su memoria, pero no había nada más que visitar, por ahora, me explicó la chica de seguridad. Me fui del lugar con algo de melancolía. Esa mujer me parecía muy interesante y me hubiese gustado hablar mas con ella y revitalizar su memoria en estas líneas, para que no se las llevase el viento. Pero no había más remedio. Se había arrepentido. Caminé de vuelta y paseé por fuera de su casa, esperanzado de que me divisara y me dijera que estaba bien, que me concedía la entrevista, pero nada de eso pasó.
Cuando ya estaba por salir de esa calle, desde un balcón una señora de avanzada edad saludaba a un hombre que pasaba. El hombre respondió con una mano, pero no parecía del todo convencido. Ella, sin embargo, continuó con su saludo hasta que por fin caí en el entendimiento que era a mi a quien saludaba y no a aquel hombre. Le puse atención y ella dijo algo que por la distancia no alcancé a entender.
- No entiendo, dije, ¿qué dice?
Ella volvió a decir algo, pero yo seguí sin lograr comprender, hasta que después de un rato de ir y venir, me dijo, sube. Sube por favor, ven a ayudarme. Yo subí hasta el tercer piso. Ella, con gran esmero logró abrir la puerta, problemas en su columna la mantenían con poca movilidad, estaba por cumplir los noventa años y el tiempo había hecho descalabros en su cuerpo. Me dijo que el fregadero estaba tapado, el agua no bajaba por el caño. Dale con el destapador, dale con fuerza mi amor por favor. Yo hice lo que pude hasta que por fin el agua bajó.
- Ya está - le dije - Ya se fue toda el agua.
- Muchas gracias mi amor - me dijo con cariño y ojos brillantes. Siéntate, continuó. Esta es tu casa.
Su nombre es Remigia Fernández Diaz y esta es su historia.