Bailando los recuerdos de clara

Mi padre y yo fuimos no solo padre e hija, fuimos grandes amigos, cuenta Clara. Él era chicha fresca, eso sí, pero como todo hombre, se la pasaba como conejo, en distintas cuevas, aunque siempre volvía a la misma, volvía a mi madre.  Su padre trabajaba en el medio artístico, era un buscatalentos. Clara asegura que un día él llego con una foto de un niño de doce años que cantaba muy bien y que incluso llegó a ser famoso. Dice no acordarse del nombre del muchacho, pero fue uno de los descubrimientos de su padre. Don Francisco le contaba sus aventuras, era un hombre animoso por la noche y la bohemia y ella era su aliada, atesoraba sus secretos. A raíz de eso, su madre no la quería, según Clara doña Ema le tenía sangre en el ojo por cubrir las aventuras de su padre.  Así mismo, son Francisco cubría las espaldas de su hija cuando hacía falta. Padre e hija cómplices y amigos. Por las noches, él se acomodaba en la orilla de su cama y le contaba historias del pasado, las cosas que había hecho antes de conocer a su madre. Lo pasaba bien, asegura Clara. Una vez, cuenta ella, su padre se hizo pasar por español para poder entrar a Perú y así disfrutar de aquel país. En aquellos tiempos los peruanos no querían a los chilenos, y viceversa, por lo de la guerra del pacifico. Si bien la guerra había terminado hacía unos treinta o cuarenta años, el rencor quedó rondando los tres países; Bolivia, Chile y Perú, por mucho tiempo. En algunos corazones, eso aún existe, dice Clara. Yo no puedo contar estas cosas delante del marido de mi nieta, no ves que es peruano, termina diciendo la abuela entre carcajadas.

La madre de Clara fue criada por una tía de nombre Rosario. Rosario no tenia hijos, ella y su esposo, de nacionalidad española, tenían un almacén, un lugar inmenso donde vendían de todo. Rosario la adoptó cuando Ema tenía apenas dos años. Estaba casi abandonada, su madre no podía darle la atención que la niña necesitaba y la tía se ofreció a cuidarla. Ema, madre de Clara, había sido el resultado de un desliz de su madre y como tal pasó a ser responsabilidad del viento. A los cinco años, bajo la tutela de Rosario, Ema, se había transformado en toda una revolución de la lectura. La gente se apiñaba en el almacén a escuchar a la muchacha leer el diario El Mercurio. Leer en aquellos años, de la década de 1920, más o menos, no era del común y corriente, lo que hacía aún más impresionante que una pequeña mocosa lo hiciera y lo hiciera tan bien. La gente se juntaba para verla ir hilando las palabras y los misterios que se escondían detrás de ellas, pero también lo hacían para enterarse de lo que estaba pasando fuera de los límites del pequeño pueblo.

Rosario terminó su vida de manera trágica. Su esposo murió y ella heredo los bienes que ambos amasaron a lo largo de los años como producto del trabajo en aquel almacén. Toda una fortuna, según explica Clara. Sin embargo, aquella fortuna terminó siendo la sentencia de su muerte. Uno de sus sobrinos, hijo del hermano del español difunto, interesado en reclamar para si tamaña riqueza, entró sigiloso una tarde en su casa y derramó cianuro en el mate de la mujer. Su muerte fue rápida, dolorosa, pero rápida. Aquella familia terminó por atesorar la herencia, pero el dinero se les fue de las manos con la misma velocidad con la que llegó, terminaron miserables.

Clara fue girl scout durante su adolescencia. Cuenta que ya a los doce años iba a campamentos con su patrulla. Lo que más recuerda son los nudos. Íbamos de competencia, a campar y me encantaba hacer nudos, era buena para eso. Allí aprendí hasta a cocinar. Sin embargo, en aquellos años halló la pasión mas grande de su vida, el baile. Era tal la fama de bailarina que construyó en los campamentos que el piño de muchachos cantaba canciones a capela para que ella las bailase. Ella, muy a su sazón, salía rauda a mover sus caderas a vista y paciencia de la muchedumbre que no demoraba en aclamar su talento. Guarachas, cumbias y otros ritmos tropicales eran su especialidad. El baile se transformó desde entonces en su pasión. Brotaba el ritmo desparramado por su cuerpo que años después, incluso, se transformaría en su sustento durante años de carencia. La pasión de mi vida ha sido siempre el baile. De joven siempre fui muy buena, competía y hasta me pagaban. Con eso pagaba la renta del dormitorio en que vivíamos con mi esposo. El no hacía mucho, siento que siempre se aprovechó de mí. Pero bueno, ya está muerto. Clara explica que Julio fue siempre un hombre ausente, que ella se pasó la vida a su siga, pero que al final él nunca fue capaz de entregar el amor que ella esperaba. Su vida fuera de casa fue más importante.

Cuando Clara tenía unos quince años, ella y su familia se mudaron a Villa Alemana. Allí había un lugar donde Clara iba a bailar, lo recordaba bien. No recuerda el nombre, pero hacían fiestas lindas. Sabes, dice Clara, a ese lugar llegó alguna vez Allende. Eran bien comunistas ahí. Traían guitarras y se ponían a hacer esas cosas, ya sabes, cantar y tocar la guitarra, como los comunistas. Clara gozaba de vestir vestidos de buen talante, la falda lápiz, esas era los más elegantes, asegura. Se amononaba con sus mejores prendas y partía a las fiestas de aquella quinta. Yo los lucia muy bien. La verdad es que no era nada fea y tenía una buena delantera, los hombres me seguían con la mirada. A mí me gustaba eso.