La Alfabetización y el Comienzo de la Nueva Cuba
Mireya describe a su madre, Ramona González Guerra, como una mujer muy querida, el barrio entero la adoraba. Tenía maneras muy suaves y así trataba a la gente, acariciándolas. Cuando murió, a Mireya le costó mucho dar la noticia de su fallecimiento a la gente que aún preguntaba por Ramona, vendedores ambulantes, por ejemplo. Sabía que aquello implicaría un gran dolor. Su padre, Andrés Chapman, un hombre de avanzada, sui generis, según Mireya, era un gran lector de geografía universal y la instruyó en una variedad de cosas desde muy pequeña. Era ateo, reclamaba que los curas no eran cosa mas sagrada que su mujer, pues en el cuerpo de su esposa se había desarrollado la vida de sus hijos y que, por lo tanto, no hacía falta que los bautizara un cura, ningún hijo mío se bautiza con cura, bautízalos tu Ramona, dales tu venia, decía don Andrés.
Cuando triunfó la revolución, Mireya tenía diez años y dos años después, el nuevo gobierno inauguraba la campaña de alfabetización. Ella quería ser parte de eso, de lo nuevo, integrarse a la labor para convertirse en una brigadista Conrado Benítez, labor de alfabetización que movió a más de 100 mil jóvenes cubanos en 1962. Cuando le comentó sus intenciones a su madre, esta se reusó tajante. Mi madre era dulcísima, incluso me mimaba antes de cualquier reprimenda suave, sin embargo, no estaba dispuesta a que su hija fuera parte de tan desconocida aventura o que saliera de la casa a tan temprana edad. Mi papá evidentemente habló con ella, pero en el secreto que hablaban los matrimonios en aquellos tiempos, dice Mireya. “Es verdad que es una muchachita, pero ella tiene que aprender a valerse por sí misma, a ser independiente.” Habría dicho el padre de Mireya a su madre, al parecer con tanto éxito que un día, Mireya vio llegar a su madre con una maleta grande, verde y vistosa. Mireya se ilusionó, quiso creer que era la maleta que llevaría a la campaña. Esperó impaciente hasta que el día llegó y su madre finalmente le dio el visto bueno, exigiéndole, sin embargo, que se quedara en el mismo campamento donde estarían sus amistades, en especial la madre de una de sus amigas. Mireya aceptó y se inició en la aventura.
De toda la gente con la cual trabajó en aquella épica y única labor educativa del gobierno rebelde, Mireya asegura que alfabetizó a una mujer, solamente una. Trabajó con otras, pero su orgullo fue una mujer. Era una mujer campesina, muy sencilla y a la cual le costó mucho tomar el ritmo y aprender. Estaba embarazada, lo que sin duda complicaba la labor. Sin embargo, como de milagro, casi pariendo, pudo por fin hallarles sentido a las letras, los símbolos, e hilar así palabras, frases y descubrir la magia detrás de las páginas del mundo escrito.
Cuando Mireya regresó de la aventura de alfabetización, ella y los demás miles de brigadistas se dieron cita en la Plaza de la Revolución. Sobre sus hombro, en lugar de un fusil, lápices gigantes, símbolo de la labor encomendada. Los gritos de la muchedumbre sonaban a lo largo de ciudad; ¡Fidel! ¡Fidel! ¡Dime que otra cosa tenemos que hacer! “Estudiar” respondió el comandante en jefe desde un palco en la plaza.
Cuando le pregunté acerca de Camilo Cienfuegos, “El Comandante de la Vanguardia” y Ernesto “Che” Guevara, Mireya pareció iluminarse. Lo de Camilo es un gran misterio. Cuando desapareció la avioneta de él, se buscó mucho, se hicieron todo tipo de pruebas para encontrarlo. No apareció ni siquiera el petróleo de la avioneta en el mar. Fue una desaparición muy controversial, es como si hubiera caído al triangulo de las Bermudas. El cariño y respeto por Camilo es tremendo, lo que dejó en el pueblo es puro amor. El era querido y amado porque si no más. Con esa sonrisa que tenia y ese sombrero tan lindo.
“Capitán Tranquilo,” una canción dedicada a Camilo Cienfuegos.
Hubo, en varias oportunidades, relata Mireya, instancias en donde Cuba entera se convulsionaba con falsas noticias que merodeaban la isla diciendo que Camilo había aparecido. Todo se alborotaba, la gente ilusionada corría de gusto y se amontonaban en las esquinas a comentar y confirmar si acaso esta vez era verdad, mas nunca lo fue. Su desaparición fue para siempre.
Y “Che” era…para mi el no es de ningún lado, “Che” es de aquí. Para nosotros Che es de nosotros. ¡Muchacho! ¡Che! Estaba yo en Inglaterra y en la televisión ponen un reportaje de Che muerto en Bolivia. El estaba en un lugar muy modesto, lo habían puesto ahí de espalda y son vida, con los ojos abiertos. A mi me dio un ataque de tristeza…es que el era nuestro.