El Amor Nuestro

Yo no puedo cocinar, mire, me dice mostrándome las llagas en sus dedos que son el resultado de fallos intentos por prender la cocina. Me hace falta una fosforera, pero vale 20 pesos, yo no tengo 20 pesos. En medio de la conversación entró una de sus vecinas, una mujer de 74 años que le habla por un rato y le entrega una vasija con azúcar. Remigia describe a aquella mujer como su familia. Esta es una de las características de Cuba. La familia y las extensiones de esta, representada en los amigos, vecinos, conocidos, desarrollan lazos muy verdaderos. Esta gente es buena, esta es mi familia. Ella me da la comida, va por mis mandados. Ahora mismo se me había acabado el azúcar y ya ves, me trajo un poco…no puedo tomar mi café o mi leche sin azúcar. Tengo otra amiga que es como mi hija, ella viene los sábados a hacerme una limpieza al departamento. Limpia las ventanas, me lava la ropa, las sabanas, todo. También me habla de un niño pequeño que de cuando en cuando le grita al balcón, le dice abuela, ¿tiene basura? Si, responde ella, pero no tengo monedas. Pero si yo no le he pedido monedas abuela, responde el muchacho y sube por la basura de Remigia.

Remigia tiene un nieto en Angola, un ingeniero que después de un buen tiempo en África, ya tiene deseos de volver a Cuba. Ya las cosas no andaban como en un principio, asegura el muchacho.  Otro nieto está en Italia. Ambos la llaman seguido, según cuenta, y vendrán a acompañarla el día de su cumpleaños. Mis tres nietos estudiaron carrera, pa’ que no pasaran trabajo, dice Remigia. La mas pequeña estudia en Fajardo, medicina. Yo a todos les di carrera.

Remigia tuvo dos hijas, ambas fallecidas. La más joven, Selena, murió cuando apenas tenia 27 años. Entró al pabellón a las 7 de la mañana y a las 7 de la tarde la estaba velando. Yo le dije que no se operara, el doctor decía que siguiera con el tratamiento, pero ella no hizo caso y murió. La joven sufría de la vesícula y no aguantó la operación. Diana, su segunda hija murió de cáncer en Italia. De ellas recuerda anécdotas como cuando le planchaban su uniforme. Remigia trabajó para el gobierno, como chofer. Sus hijas almidonaban el uniforme y lo dejaban presto para que ella partiese de vuelta detrás del volante. Ella reclamaba diciéndoles que podía hacerse cargo de todo, pero en el fondo agradecía los mimos.

El esposo de Remigia murió de un infarto cuando ya estaban separados y su segundo esposo, con quien pasó la mayor parte de su vida, cincuenta años, de cuando en cuando la pasa a visitar y le trae algo de dinero, pan o dulces. Aunque ahora están separados, se siguen queriendo.

 

Rodrigo Pena-LangComentario